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💌 Carta #8: Por dónde empiezo
Una noticia, un disclaimer, un viaje, muchos cambios. Cosas que pasaron en abril y mayo (y mucho antes, también).
2 de junio de 2023
Ámsterdam, Países Bajos
¡Hola desde Ámsterdam!
Bueno… Por dónde empiezo con esto…
Ya volví de Japón y Corea y ahora te contaré del viaje, pero hay algo mucho más grande que está atravesando mi vida y que ya me siento lista (creo) para compartirte: estoy embarazada. De 7 meses. Es una nena. Y como cada vez que le di esta noticia a alguien, quiero agregar este disclaimer antes de seguir: para mí fue muy difícil quedar embarazada. Nos llevó 6 años de muchísima tristeza, preguntas, desilusiones y cansancio. Creo que fue lo más duro y solitario que me tocó atravesar. Lo logramos gracias a la ciencia: ¿te acordás de mi viaje a Estambul (el que te conté en la carta #5)? Bueno, fuimos para allá a hacer un (quizá último) intento de in vitro (FIV), después de varios tratamientos fallidos en Ámsterdam. (Turquía tiene muy buena medicina, precios muy accesibles y un trato muy empático). Y funcionó. Y acá estoy, con esta panza que no para de crecer y un montón de preguntas (y ansiedades y certezas) nuevas. 🤍
¿Por qué el disclaimer? Primero, porque creo que hay que hablar más acerca de algo que le pasa a mucha más gente de la que pensamos (y que posiblemente le esté pasando a alguien cercano a vos y tal vez ni sepas). 1 de cada 7 parejas en edad reproductiva (hay quien dice 1 de cada 5) sufre de infertilidad. Se considera que una pareja es infértil cuando no logra concebir de manera natural dentro del año (o dentro de los 6 meses si la mujer tiene más de 35). 1 de cada 7 parejas. No una de cada 1000 ni una de cada 10.000. Al menos un 15% de la población pasa por esto, y aún así es un tema del que se habla poco, en general por lo bajo y con bastantes tabúes. Durante mucho tiempo me dio mucha vergüenza contarlo porque sentía que estaba “fallada”, que mi cuerpo no estaba haciendo “lo que se suponía que debía hacer” (con mil comillas). Cuando por fin lo empecé a normalizar y se lo conté a personas cercanas, recibí algunos abrazos pero, ante todo, recibí muchísimos consejos/comentarios no solicitados (generalmente bastante desubicados e hirientes). Y me indigné, hasta que entendí que casi todos esos comentarios provienen de la falta de información y educación que hay al respecto: de chicas nos enseñan a no quedar embarazadas pero no nos avisan que quizá nos va a costar o no vamos a poder, no nos explican en qué consisten los tratamientos de reproducción asistida, no nos cuentan que existen muchos caminos alternativos para llegar a la maternidad (y que lamentablemente muchas personas no pueden acceder a ellos por lo caros que son), no nos enseñan cómo acompañar a alguien que está pasando por este diagnóstico. Yo aprendí muchísimo porque me tocó vivirlo, pero si no hubiese sido así, probablemente no sabría casi nada al respecto.
El segundo por qué de este disclaimer es que quiero ser cuidadosa con este “anuncio” y contar la historia completa (o al menos empezar a contarla) porque es muy posible que del otro lado haya personas que estén pasando o hayan pasado por lo mismo que nosotros, y sé lo difícil que puede ser recibir estas noticias. Entiendo que cada cual lo vive a su manera, pero para mí era muy duro ver los anuncios constantes de embarazo en redes sociales (panzas, ecografías, baby showers, ropita) mientras yo pasaba por tratamientos y todos mis tests daban negativo. También me daba bronca que solo se hablara de infertilidad (sobre todo en los medios masivos) para contar los “casos de éxito” (como si la maternidad fuese el único final feliz posible) y que no se hablara de todas esas personas y parejas que lo habían intentado durante años (ya sea de manera natural, con tratamientos, con gametas donadas o tratando de adoptar) y no habían logrado ser madres y/o padres. Soy consciente de que caí en mi propia trampa y de que estoy contando esto ahora que estoy embarazada, pero la verdad es que no me sentía preparada para compartirlo antes (tampoco es que me sienta híper preparada ahora, pero no voy a omitir una parte tan importante de esta historia). Tenía muy en claro que en algún momento empezaría a hablar/escribir al respecto, fuese madre o no, pero sentí que primero tenía vivirlo, transitarlo y, en lo posible, “sanarlo”, y decidí respetarme en eso. Aunque nunca tuve muy en claro (ni ahora) cuando “te sanás” de la infertilidad: ¿cuando tenés un hijo?, ¿cuando llega la menopausia?, ¿cuando intentás ser madre/padre por todos los caminos posibles y no lo lográs?, ¿cuando te cansás?, ¿cuando te das por vencida?, ¿cuando encontrás otras maneras de maternar? No lo sé. Estar embarazada no me borra la memoria ni anula todo lo que viví para llegar hasta acá.
Mi historia es larga y compleja, como la de cualquier persona o pareja que atraviesa esto, y hoy le agradezco a mi yo del pasado por haber escrito todo, aún en los momentos más tristes. Porque una de las cosas que más hice durante esos 6 años de búsqueda y espera fue escribir. Escribí mucho, muchísimo (solo para mí), acerca de lo que estaba viviendo, y eso me ayudó a transitarlo. No lo hizo más fácil, pero fue una compañía en una etapa de mucha soledad. Escribí tanto que, sin darme cuenta, hice un libro (al que aún le falta mucho trabajo de reescritura y edición, pero que en algún momento quiero publicar). Por eso, ahora mismo no voy a meterme en todos los matices, detalles y preguntas que conlleva este tema (por algo digo que escribí un libro, porque es tanto lo que hay para decir, compartir y reflexionar), pero sí quiero decirle a quienes estén pasando o hayan pasado por algo así que no estamos solas. Si querés compartirme/nos tu historia, me encantaría leerla (podés dejarla en los comentarios o mandarme un mail por privado). Y si tenés a alguien cercano pasando por esto, dale un abrazo gigante y, en vez de ofrecerle una solución o un consejo, preguntale cómo podés acompañarla.
Y ahora sí, después de la noticia, el disclaimer y la descarga (¿seguís ahí?), te cuento del viaje por Japón y Corea. Con esto tampoco sé por dónde empezar. Japón es un país muy especial para L y para mí: no solo era el lugar que ambos soñábamos con conocer, también fue ahí donde decidimos, en el 2016, que queríamos tener un hijo. Todavía me acuerdo de ese momento, de la charla, del abrazo que nos dimos, de la certeza (y miedo y amor) que sentimos ante algo tan grande. Japón fue el país en el que, muy ilusionados, empezamos a intentarlo, sin saber lo difícil que iba a ser y todo lo que nos esperaba. Así que volver a Japón embarazada, y con él, fue como cerrar un círculo. Además, durante este viaje a Japón me salió la panza, casi de un día para el otro, y la bebé empezó a patear un montón, sobre todo en momentos clave: pateó cuando vi el Monte Fuji por la ventana del tren, pateó cuando entré a mi papelería preferida, pateó en la fábrica de washi tape. XD
El viaje en sí fue un huracán de estímulos. Si bien volví a casa hace ya tres semanas, todavía me cuesta procesar todo lo que viví. Fue intenso, hermoso y agotador. No por el embarazo, porque viajé durante el 2do trimestre y tuve un nivel de energía sobrenatural, sino por las vivencias, los vínculos, las risas, los contratiempos, ¡las papelerías! Cada vez que alguien me pide que le cuente del viaje a Corea y Japón, no sé qué decir y doy respuestas súper escuetas o genéricas (hola, la que se dedicó a escribir de viajes durante 10 años), es que de verdad no sé por dónde empezar a describir lo que fueron esas cinco semanas de viaje.
Podría decir que el viaje tuvo cuatro etapas:
1. Sola en Seúl
2. Seúl y Tokyo con L
3. Viaje de papelería por Japón con el grupo de 10 mujeres
4. “Descanso” en Tokyo post-viaje de papelería y vuelta a casa
Volé sola a Seúl. No era el plan, pero L tuvo un inconveniente de último momento y tuvo que posponer su vuelo, y yo tomé la decisión de irme sola y esperarlo allá. Al principio me dio miedo, porque si bien es verdad que viajé mucho sola, nunca viajé sola y embarazada, menos tan lejos. Apenas llegué al aeropuerto de Ámsterdam inauguré un cuaderno al que le puse de título “Entregarme a la incertidumbre”, y escribí: “Creo que lo que más miedo me da es estar lejos y sola, aunque en realidad no estoy sola: un día le contaré a mi bebé que cuando ella estaba todavía en la panza nos fuimos juntas a esta aventura. Ni nació y ya es viajera: estuvo en Estambul, en Ámsterdam, en Francia y ahora en Asia”. Me fui con exactamente 22 semanas de embarazo (un poco más de 5 meses) y, como todavía no tenía mucha panza, el vuelo de ida no fue tan incómodo. Llegué a Seúl al mediodía, aunque para mi cuerpo era de madrugada, y me tomé el tren al barrio de Hongdae, donde tenía el alojamiento. Nunca deja de sorprenderme esa extrañeza de aterrizar en un lugar nuevo, tan distinto, a tantos miles de kilómetros y pensar “qué hago acá, cómo es posible, si hace unas horas estaba en otro continente, en otra realidad”.
Durante los poquitos días que lo esperé a L en Seúl, desarrollé una mini rutina: caminé por distintos barrios, visité papelerías como un desquiciada, busqué donde comer, me senté en un cafecito a escribir en mitad del día, caminé un poco más, cené, dormí, y así. Tuve bastante jet-lag, así que dejé que el ritmo lo marcara mi cuerpo: si estaba cansada dormía hasta tarde o me iba a acostar temprano. Durante esos días de exploración en Seúl me pasó todo eso que me encanta de viajar: no entendía los carteles, todo me llamaba la atención, no sabía qué comer, me costaba entender la moneda nueva, me perdía constantemente e incluso un viaje en bus o metro era una aventura. Y además me puse muy en modo escritura (otro efecto que amo de los viajes). En mi cuaderno anoté observaciones muy random de Seúl, como por ejemplo:
- hay muchísimos restaurantes por cuadra, y en general se especializan en una sola cosa (también hay mini tienditas que venden un solo producto)
- las sendas peatonales están dividas en dos, y hay flechas indicando en qué sentido caminar, pero nadie las respeta
- muchas cosas se anuncian con música, como la llegada del metro
- casi todo tiene un detalle cute: un peluche, una mascota ilustrada, un muñequito (incluso la policía tiene un dibujo de un ratoncito)
- muchas puertas se abren con botones o con contraseñas
- hay “cabinas para selfies” en cada cuadra (lugares donde entrás, te producís, te hacés selfies y las imprimís)
- hay pantallas gigantes integradas en los edificios
- todos los panes vienen con un relleno dulce medio sorpresa (que en general no me gusta)
- hay carteles y textos escritos por todos lados (saturación visual)
- toda la ciudad parece estar monitoreada por CCTV
- a veces veo computadoras sin sus dueños
- en todos los transportes hay asientos rosas para embarazadas
- en algunos restaurantes podés cocinar tu propia comida en una parrillita en tu mesa
- la papelería parece ser parte de la vida cotidiana de la gente: acá el producto estrella son los stickers, todos los diseños son muy tiernos (gatitos en situaciones cute), hay mucha variedad y casi todo es Made in Korea
Unos días después llegó L y yo me tranquilicé con las papelerías (sabiendo que en Japón me esperaba una sobredosis). Decidimos cancelar el viaje a Taiwán (por varios motivos, entre ellos que con el cambio de fecha de L ya no nos daban los tiempos y que justo había mucha tensión con China) y volamos directo a Tokyo. Y ahí todo se aceleró. Tokyo tiene tal cantidad de estímulos que, como me dijo una amiga, después necesitás vacaciones. Donde mires hay algo que te llama la atención: carteles, negocios, cositas lindas, restaurantes, comidas de plástico en las vidrieras, maquinitas para sacar pelotitas con sorpresas, edificios, anuncios, cafés temáticos, tiendas especializadas, washi tapes, gente, gente, gente. Y yo caí en la vorágine y desde ese momento no paré. En Seúl había logrado estar muy al día con mi cuaderno y mis momentos de journaling, pero en Japón me empezó a costar más.
A la semana, L se volvió a Ámsterdam y yo me encontré con Car, con quien organicé el viaje de papelería (te conté toda la historia en la carta anterior), y con el grupo de 8 mujeres (locas de la papelería como nosotras) con las que haríamos el recorrido temático por el país. A partir de ese momento, todo se descontroló. En el buen sentido. Y el viaje se volvió mágico. Fueron 12 días que parecieron 20. Dijimos que íbamos a hacer un viaje bien slow y no lo logramos (Tokyo + slow = error 404). Estuvimos en Tokyo, en Kurashiki (donde nació la washi tape), en Kyoto y en Kawaguchiko, un pueblo cerca del Monte Fuji. Si lo pienso en orden cronológico, todo se me mezcla un poco, pero lo que sí recuerdo bien son los momentos que hicieron que el viaje (y el grupo) fuera tan especial. Porque este, como todo viaje mágico, fue un viaje repleto de momentos:
la tarde en la que la todas nos conocimos en el lobby del hotel de Tokyo y sentimos, de alguna manera, que ya nos conocíamos de antes (it was meant to be),
la foto que nos sacamos las 10 esa misma noche, también en el lobby, todas vestidas con los mismos piyamas blancos del hotel, como si fuésemos un grupo de egresadas (o pacientes que sufren de papeleritis aguda),
la estampida que hacíamos cada vez que entrábamos a una papelería y llenábamos los canastos de cosas (parecíamos termitas),
cuando entramos a la tienda de Traveler’s Factory en Kyoto y fuimos las 10 directo a agarrar la edición especial del Traveler’s Notebook que solo se vende ahí, y un chico que estaba mirando la escena me pidió que le explicara por qué teníamos el mismo furor que si hubiésemos ido a comprar el último ejemplar de Harry Potter,
cuando llegamos a la fábrica de washi tape de mt, en medio del campo en Okayama, y nos dimos cuenta de que habíamos ido a la fábrica equivocada (la persona que nos recibió no entendía por qué había 10 locas tan entusiasmadas frente a una fábrica de cinta industrial),
cuando fuimos a la fábrica correcta de washi tape y pudimos ver en vivo el proceso de armado de esas cintitas del bien,
la cantidad de veces que lloramos de risa por cualquier cosa (a veces pienso que la panza me creció de golpe en esos días por todo lo que me reí),
cuando nos sentamos en silencio a orillas de uno de los lagos del Monte Fuji y escuchamos a los pájaros y el ruido del agua,
cuando hicimos una “feria de papelería” entre nosotras para mostrarnos todo lo que nos habíamos comprado e intercambiar pedacitos de washi o papeles,
cuando varias dijeron “basta, no queremos ver más papelerías” y cinco minutos después ya estaban adentro de otra comprando más cosas,
cuando nos cebamos con las maquinitas esas donde ponés una moneda y te sale una pelotita con una sorpresa,
cuando hicimos el taller de origami con Pao y se nos pasó el tiempo volando mientras plegábamos papeles (hasta nos enseñó a hacer un Monte Fuji),
cuando todas nos escribimos cartitas de despedida en los cuadernos de las demás y nos dijimos chau entre lágrimas,
cuando entendimos que lo que habíamos vivido era lo que los japoneses llaman ichi-go ichi-e: un momento único e irrepetible, una vez en la vida.
Todavía no puedo creer cómo 10 personas que no se conocían conectaron tan bien. Y a la vez sí lo creo: la clave, me parece, está en el gran interés en común que compartimos. Si hubiésemos sido 10 personas que solamente querían conocer Japón, sin el ingrediente de la papelería de por medio, no sé si hubiésemos pegado tan buena onda. Pero con ellas fue como hablar el mismo idioma: el de los cuadernos, el journaling, los stickers, las washi tape, los sellos, los papeles de carta. Qué lindo es encontrarse con otras personas a las que les entusiasma lo mismo y poder compartir momentos tan felices.
Bueno, eso es todo lo que puedo decir, por ahora, de ese viaje que todavía se sigue asentando en mi interior.
¿En qué estoy ahora?
Estoy en el tercer trimestre. Estoy preparando la casa (nuestro departamento es chiquito pero nos arreglaremos). Estoy preparando el cuerpo (me mantengo lo más activa que puedo). Estoy cerrando proyectos (este año salen cositas nuevas en las que estuve trabajando los últimos meses). Estoy bien, a veces con síntomas molestos, a veces con mucha energía, a veces con mucha niebla mental (por eso sabé entender si hay meses en los que me salteo cartas: es que no me da el cerebro). Mi fecha de parto es a principios de agosto y mi plan es dejar de trabajar al menos hasta fin de año, quizá más, iré viendo. Supongo que el mes que viene mandaré carta virtual. En agosto ya no sé. No tengo idea de cómo será mi vida de ahora en más. Uno de mis entrenadores de natación, que tiene dos hijas, me dijo: “Life will be much better, and also worse” (“La vida va a ser mucho mejor, y también peor”). Será distinta, eso seguro. Será deseada. No veo la hora de conocer a mi hija, abrazarla fuerte, cuidarla y mostrarle el mundo.
Un abrazo y hasta pronto,
Aniko
PD: en este posdata siempre te comparto alguna novedad acerca de mi trabajo, proyectos y lanzamientos. No lancé nada nuevo por el momento, pero sigo trabajando en varias cosas. Estoy haciendo un cuaderno semi-interactivo con Sabri de Doncellas del Agua (buscala en Instagram porque es hermoso todo lo que hace) y estoy cerrando dos proyectos grandes de escritura (te cuento más cuando estemos más cerca de la fecha de lanzamiento). No tengo cursos nuevos (voy a tratar de sacar uno antes de agosto, aunque no sé si llego), pero tengo varios que siguen a la venta y disponibles para que los hagas a tu ritmo: mi taller de escritura creativa, mi taller de journaling cotidiano, el Gimnasio de escritura de Domestika, el curso de journaling de viajes de Domestika y algunos más que podés ver en mi web. Este newsletter es gratuito, pero me lleva mucho tiempo y trabajo, así que sumarte a mis cursos o comprar alguno de mis libros me permite seguir dedicándome a todo esto que me gusta. ¡Gracias!
💌 Carta #8: Por dónde empiezo
Felicidades Ániko!
Felicidades!!!