💌 Carta #1: Volver a la lentitud
Todo se acelera y yo quiero ir cada vez más lento.
5 de agosto de 2022
Países Bajos
Hola desde Ámsterdam,
Gracias por haberte sumado a estos envíos.
De chica amaba escribir, mandar y recibir cartas por correo. Tenía una caja en la que guardaba mi colección de papeles de carta de Garfield, de Snoopy, de flores y de personajes de Disney. Eran papeles perfumados, y cuando escribía cartas para mandar a otros países me preguntaba si llegarían con el mismo olor. Tenía varias amigas por correspondencia: algunas que conocía por medio de revistas argentinas, otras que había conocido en algún viaje y que vivían en Estados Unidos, también una prima de Canadá. Yo debía tener unos 10 o 12 años, y me acuerdo de la emoción que sentía cuando mi mamá me decía: “Ani, llegó una carta para vos”, o cuando abría la puerta del departamento y veía un sobre de colores encima del felpudo.
Leer esa carta era un ritual. La abría con mucho cuidado, recortaba y guardaba la estampilla, agarraba el papel en mis manos y me sentaba en mi cuarto a leer las novedades de lugares lejanos y de personas que había visto una vez en mi vida. A veces venían acompañadas de fotos, y gracias a esas imágenes me transportaba por un rato al invierno de Ohio o a los parques de Vancouver. Cuando terminaba de leerlas, elegía alguno de mis papeles ilustrados y me sentaba a responder. Podía estar escribiendo durante horas. No sé qué les contaba, supongo que mandaba un reporte de mi mundo cotidiano: “Acá hay sol, ayer fui a un cumpleaños, quiero tener un perro pero no me dejan, te mando una foto de mi familia”, y cosas así. Guardaba todas las cartas y postales recibidas en una caja que abría cada vez que me quería transportar a otros lugares a través del papel.
Cuando empezó internet y todos nos creamos casillas de hotmail, apareció un híbrido: los mails larguísimos en los que alguien te contaba acerca de su viaje, o las cartas tipeadas con las que te ponías al día con personas que no veías hacía mucho. Después vinieron los blogs, hace ya más de 10-15 años, y yo también me sumé al formato. En esa época todavía no escroleábamos en automático como hoy, al contrario: nos tomábamos el tiempo de leer posts largos como si estuviésemos leyendo el capítulo de un libro, aunque con la incomodidad de la pantalla a la que todavía no estábamos tan acostumbrados. Internet era un lugar más silencioso, poco habitado. ¿Será que los primeros que usamos internet para expresarnos fuimos los introvertidos? Era un medio ideal para nosotros: podías compartir tus ideas y pensamientos sin tener que levantar la voz ni llamar demasiado la atención. Después vinieron las redes sociales y, con ellas, el ruido y la velocidad. Aunque todo se aceleró de a poco, casi sin que nos diéramos cuenta. El contenido se volvió más visual y efímero, más “digerible”, los mails se volvieron cada vez más cortos, los blogs más retro, se acortaron las frases, se agrandaron las fotos y la pantalla se convirtió en un loop de videos. Aparecieron los algoritmos, los cambios abruptos de reglas, y tuvimos que aceptarlos como si no hubiese otra opción, como si no fuese una decisión de marketing de unas pocas empresas. “Vos tenés que hacer videos”, me dijeron muchas veces, a lo que siempre respondí: “Pero a mí lo que me gusta es escribir”.
En junio del año pasado me tomé una pausa de varios meses de redes (Instagram, en realidad, que es la única que uso), después de unos años de estar muy activa. Sentía que le ponía demasiada energía a un contenido que se evaporaba en menos de 24 horas (con suerte, porque a veces no duraba ni dos minutos) y que quedaba enterrado en una galaxia muy lejana, tapado por otras novedades que también se autodestruirían en cinco minutos. Pero también sabía que al dejar de publicar estaba perdiendo el contacto con mi comunidad, con todas esas personas que, como vos y como yo, aman la escritura, los cuadernos, la creatividad, los viajes, los libros, los textos largos. Pensé en volver a abrir un blog, pero me di cuenta de que no era el formato que buscaba. Quería algo más íntimo, más cercano, más directo: quería volver a las cartas (virtuales). Y quería también que esas cartas le llegaran a quien realmente quisiera leerlas, porque me cansé de tirar contenido al éter y rogar que el algoritmo se lo muestre a la persona indicada. Así que acá estoy, escribiéndote, y muy feliz de inaugurar este newsletter, estos textos con olor a papel de carta. A partir de hoy, el primer viernes de cada mes te enviaré una carta virtual en la que te contaré cosas relacionadas con escritura, creatividad, viajes, observación. Ojalá que estas cartas te sirvan como excusa para desconectarte por un ratito y disfrutar la lectura con un té, café, mate, infusión o lo que más te guste tomar.
En esta época de hiperacelere, quiero volver a lo slow. Siempre me gustó viajar lento, y en estos últimos años también descubrí que me gusta la creatividad slow, la escritura slow, porque creo que a todos estos procesos hay que darles su tiempo. Hace unas semanas participé en un ritual del té japonés cerca de Ámsterdam. Durante 45 minutos preparamos el té, le pusimos una intención, meditamos, le agradecimos y, mientras esperamos a que se enfriara, escuchamos la historia del bambú japonés. La semilla de bambú se planta y se riega todos los días. Durante los primeros cinco años, sin embargo, no pasa nada, en la tierra no aparece ni un brote. Pero en el quinto año, en un período de seis semanas, el bambú emerge y crece más de treinta metros. Durante esos primeros cinco años de supuesta inactividad, el bambú se dedica a generar un sistema complejo de raíces que le permitirá sostener el crecimiento que vendrá después. Y aunque su crecimiento por fuera de la tierra parezca súper acelerado e inmediato, no tarda seis semanas en crecer: tarda cinco años y seis semanas. Cada vez que empiezo un proyecto nuevo, pienso en el bambú.
Antes de despedirme, te dejo una idea: elegí algo a lo que quieras prestarle más atención durante el próximo mes y empezá un cuaderno temático. No tiene que ser un cuaderno muy grande, en realidad cuanto más chiquito mejor. Yo elegí empezar un diario de observación de la naturaleza, y varias veces por semana anoto pensamientos y sensaciones relacionadas con algún árbol o animal que haya visto, con agua en la que haya nadado o con formas que encuentro en las nubes.
Gracias por leerme y hasta el mes que viene,
Aniko
PD: en cada posdata voy a compartirte alguna novedad acerca de mis proyectos o mi trabajo. Hoy quiero contarte acerca de “Soy la ciudad que habito”, mi último libro, un diario interactivo pensado para que (re)conectes con tu ciudad y con tu interior. Tiene decenas de ejercicios de escritura, observación, introspección, exploración y autoconocimiento para que descubras tu ciudad y, al mismo tiempo, te conozcas más. Lo podés conseguir en cualquier librería de México (y, en el resto del mundo, lo pedís online con envío gratuito a través de BookDepository o Buscalibre).
PD 2: si te dan ganas de responderme, podés hacerlo a través de los comentarios. 👇🏼
Qué lindo, Aniko.
Has encontrado una buena nueva opcion desde la que crear y compartir. Me siento completamente de acuerdo en la velocidad de las redes y necesidad de volver a la lentitud.
Yo tb tengo una cartita en la que expresarme de manera que no sea (como bien dices) tan efímera y veloz. Substack está siendo una nueva casa virtual que se está llenando de gente hermosa y me hace feliz.
Un placer leerte, como siempre.
Gracias, gracias, gracias.
Aniko, hace más de cuatro años escuché de ti por primera vez; compré dos de tus libros y me los devoré en un santiamén. Luego conocí historias de más viajeros; pero ninguno con tu esencia.
Esa esencia de viajar lento, vivir lento y disfrutar de las cosas cotidianas sin procurar las más alocadas aventuras que conseguiste transmitirme tanto que he iniciado este viaje lento por Suramérica. Acabo de pasar 3 meses en Porto Alegre y ahora me encuentro en la frontera con Paraguay, el plan es pasar la frontera mañana e instalarnos por dos meses en Asunción.
Gracias por tu inspiración para seguir el camino que había en mi corazón y me causaba tanto miedo. Gracias por inspirarnos a lo lento.