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💌 Carta #3: Sobre hackeos mentales y el coral de la casa
Paró de llover en Maldivas. Me hice amiga de los peces. Me hackearon. Cosas que pasaron en septiembre.
7 de octubre de 2022
Hola desde Ámsterdam,
Sospecho que la carta de hoy va a ser más corta. No porque le esté dedicando menos tiempo, al contrario. Estoy sentada hace varias horas y ya escribí como tres versiones, pero nada me convence y siempre llego al mismo punto: “y esto a quién le importa”. Puede que estos días esté pensando demasiado las cosas (overthinking es un muy buen verbo que no sé si tiene traducción exacta: ¿sobrepensar?). Quizá es la tristeza por haber vuelto de Maldivas y estar otra vez lejos del mar (y en este clima gris). También es el agotamiento mental y el estrés que tengo encima porque pasé estas últimas dos semanas lidiando con un hackeo en mi servidor, el lugar donde tengo todas mis webs y mi trabajo de años. (Larga historia, por suerte ya está todo arreglado y no me robaron información ni borraron nada, sino que entraron a mi servidor y lo usaron como base de operaciones para atacar de manera random a otras webs y que parezca que soy yo la que está haciendo el hackeo #AnikoAnonymous. Estuve trabajando con un programador que me ayudó a limpiar y migrar todo, pero con cada actualización que hacíamos, alguna de mis páginas se rompía, y cuando lograba arreglarla se rompía otra como en un efecto dominó del terror. Fue tan agotador, caro y frustrante que terminé llorando y con varios días de insomnio, y hasta pensé en cerrar todo y buscarme un trabajo en una empresa para no tener que preocuparme nunca más por estas cosas, ni por generar ingresos, ni por estar en redes, ni por hacerme difusión, ni por vender, ni por todo lo que implica eso de “ser tu propia jefa” —nunca me gustó esa expresión, si soy mi jefa significa que a la vez soy mi empleada, y como soy la única empleada tengo que hacer el trabajo de diez personas pero no recibo diez sueldos—. Es lindo ser emprendedora en internet, ¿no? Si tenés historias similares compartilas así me siento menos sola, acá está permitido quejarse). En fin, necesitaba vomitar todo esto para poder seguir adelante con esta carta (me siento la vampira emocional de What we do in the shadows, la serie que me acompañó en estos días de bajón y que te recomiendo muchísimo si querés reírte). Me doy cuenta de que si no tengo la mente mínimamente en paz y libre de hackeos me cuesta mucho sentarme a escribir.
Ahora sí, volvamos a lo lindo. Retomando lo que te conté en mi carta anterior: sí, paró de llover en Maldivas. Después de esa semana inicial de lluvia tuvimos 20 días de sol absoluto. Y quisimos quedarnos a vivir. Pensamos en ir a conocer otras islas pero al final decidimos pasar el mes entero en la misma (Thulusdhoo, una isla local de pocas calles y 1400 habitantes) y fue una gran elección. 100% slow travel. El plan era tomarnos vacaciones y descansar, pero no pensamos que nos íbamos a sentir tan adaptados a la vida de isla y que íbamos a considerar seriamente la posibilidad de volver, instalarnos y trabajar unos meses desde ahí. Fue un viaje que me sacudió por dentro (ahora no pienso en otra cosa que en volver a viajar, en lo posible al mar, muy lento y sin tener que monetizar mis recorridos).
No sé si alguna vez estuve tan en contacto con la naturaleza como en este viaje. No hubo un día en el que no me metiera al mar a nadar y a hacer snorkel. En Maldivas, muchas islas tienen lo que se conoce como el house reef, que es una barrera de coral de pocos metros cuadrados a la que se puede acceder nadando desde la playa. Aunque la mayoría de esos corales murió por los efectos del cambio climático, el de Thulusdhoo sigue estando lleno de peces. Así que eso fue lo que exploré, día tras día durante un mes: el “coral de la casa” de Thulusdhoo.
Podría decir que este fue el viaje de la repetición, porque todos los días hice el mismo ritual: me puse la malla, me puse las antiparras (así le decimos a los goggles en Argentina), me puse las patas de rana (así le decimos a las ¿aletas?), agarré la cámara, me sumergí y nadé hasta el coral. Ahí me encontré, día tras día, con las mismas rocas y los mismos grupos de peces. Hice el ejercicio casi meditativo de observar lo mismo, al menos 40 veces en 30 días, y en cada ¿sesión? se me abrió un mundo. Sentí esa repetición como un ejercicio anti FOMO, anti dame-algo-nuevo-cada-cinco-minutos y anti ya-me-aburrí-de-esta-isla-NEXT. Creo que conocí a todos los peces de la zona. Lo único que me faltó fue hablarles, aunque a varios los saludé. Cada día observé, desde la superficie, el comportamiento de esa sociedad acuática:
algunos peces me nadaban alrededor como si no existiera,
otros se escondían detrás de las rocas y me espiaban,
otros se agrupaban y me miraban sin esconderse,
otros se escapaban apenas me veían,
otros me hacían bullying,
uno casi me ataca (el titan triggerfish)
algunos nadaban en cardúmenes,
otros estaban quietos en cardúmenes,
otros eran solitarios,
algunos saltaban fuera del agua,
otros se iban hacia lo profundo,
otros se perseguían,
otros jugaban,
todos se mecían por las olas.
Cierro los ojos y todavía los veo.
Durante esos 30 días de visitar el mismo coral y explorar los alrededores vi pasar tiburones (reef sharks, “vegetarianos” según la gente local) y escuché a los delfines comunicarse entre ellos bajo el agua. Me encontré tres veces con una tortuga y nadé al lado de ella durante diez minutos. Saludé emocionada a mi pez preferido (le digo el pez pokemón). Vi a las stingrays enterrarse y ocultarse en la arena, vi una manta raya saltar en la superficie. Vi a los delfines nadando en el horizonte. Vi peces con puntitos fluorescentes, vi peces que parecían banderas, vi a Nemo y a Dory, vi anémonas, vi peces globo y peces espada y peces entrando y saliendo de la boca de una anguila. Vi pepinos de mar y estrellas alargadas, vi erizos. Vi un cardumen de miles de peces diminutos que me nadó alrededor como una lluvia de estrellas fugaces. Vi el drop-off, que es el punto donde el fondo se vuelve un precipicio y ya no se ve lo que hay abajo. Leí que sabemos menos de lo que hay en el océano profundo que de lo que hay en el espacio (y parece que allá abajo hay más cosas raras que allá afuera). Me sentí muy conectada con el agua y con el ecosistema marino, y logré algo que siempre me cuesta: prestarle atención total y completa al presente.
Amo el agua desde muy chiquita, en especial el mar. Desde que aprendí a nadar, siempre me sentí mejor en el agua que en la tierra (o en el aire). Cuando tenía unos tres o cuatro años e iba con mis papás a la playa, antes de entrar al mar me sacaba la malla “para que no se mojara” (¿querría sentir el agua en todo el cuerpo? ¿o solo era muy pragmática?). Amaba que me revolcaran las olas, me encantaba barrenar y hacer snorkel. Mi sueño era quedarme a vivir debajo del agua como la Sirenita, o al menos mudarme a alguna costa. Hasta la adolescencia entrené y competí en natación, después dejé como por 15 años y volví a nadar en la piscine municipale de Biarritz (Francia), donde vivimos un tiempo. Ahora hace cuatro años que entreno (sin el objetivo de competir) en Ámsterdam. Y este es el punto de la carta en el que siento “y esto a quién le importa” y en el que imagino que estás clickeando el botón de “desuscribirme de ahora en más y para siempre de todo lo que haga esta persona”, pero después pienso que más allá de que a mí personalmente me guste nadar, lo que rescato de todo esto es lo importante que es tener esas actividades que nos pongan en estado de flow, nos saquen por un rato del ruido y nos mantengan mentalmente sanos. No sé cómo ni dónde estaría mi cabeza hoy sin la natación, sin esos momentos de contacto con el agua. El agua es mi lugar de calma, silencio y meditación. En el agua puedo ser yo. En el agua siento mucha libertad.
Y nadar no solo me hace bien, sino que me ayuda a escribir más. No porque me dé ideas nuevas, sino porque me enseña a encarar la creatividad de una manera más realista: como si fuese un deporte. Al igual que un deporte, necesita mucha práctica. Al igual que un deporte, para escribir también hay que entrar en calor. Y así como no le pido a una sesión de natación que sea perfecta ni tampoco le pido que sea “la mejor nadada de mi vida”, aprendí también a no pedirle eso a una sesión de escritura ni a un texto. Si hoy no nado/escribo bien, no pasa nada, la próxima voy a nadar/escribir mejor (o no, y seguiré practicando). Tanto en la escritura como en el deporte, siento que lo más difícil es pasar de un estado a otro, del estado de inactividad al estado de actividad. Con natación puede que sea más fácil, porque hay que vestirse de determinada manera y saltar a la pileta, y con la escritura es más bien como ponerse ropa imaginaria y saltar a una pileta mental. Lo bueno es que una vez que estoy adentro dejo de cuestionarme si quiero estar ahí o no, y solamente nado/escribo. Y así como el agua es un lugar al que puedo ir cuando quiero estar en silencio o conectarme conmigo, siento que la escritura también es un lugar que siempre está ahí, un refugio en todas partes, un territorio que me (nos) espera si me animo (nos animamos) a entrar. Cuando escribo estoy en algún lugar que no sé muy bien dónde queda, pero es un viaje.
Bueno, te dije que esta carta iba a ser cortita (plot twist). Antes de despedirme, algunas reflexiones finales. Tanto el viaje a Maldivas como el hackeo de mis webs me demostró clarísimo que le doy demasiado tiempo y energía a cosas que no son mi prioridad. Y no solo mi prioridad laboral, sino mi prioridad vital. Ahora mismo estoy sentada en el café de una librería y veo que en el ticket de compra salió impresa una frase de Zadie Smith: “Time is how you spend your love”. Y si bien es cierto que de algo hay que vivir y que el trabajo es necesario, también hay que vivir y punto. Nuestro tiempo es limitado. Mis amores son el mar, la escritura, mis cuadernos, la gente que quiero, y en eso quiero enfocarme, con eso quiero comprometerme. Estoy trabajando en uno de los proyectos más lindos que me tocó escribir (un libro infantil) y necesito que mi energía esté canalizada ahí. Quizá haber limpiado el hackeo me limpió un poco la cabeza también, y en esa línea te propongo un ejercicio de escritura (un experimento) para que hagas en algún momento del mes: imaginá que tu mente está hackeada por cosas que no te pertenecen (pensamientos, preocupaciones, mandatos, etiquetas, obligaciones, creencias), cosas que se fueron metiendo ahí de a poco, encontraron un huequito y se quedaron. Usá la escritura para sacar todo ese código malicioso de ahí, limpiá tu base de datos mental (se emocionaba con las metáforas nerds). Podés, por ejemplo, ponerte un temporizador por 15 minutos y empezar con esta frase: “Me hackearon el cerebro con…” o “Estoy limpiando mi base de datos mental y me encuentro con…”. Hacé una lista de todo ese código malicioso que no te pertenece y, de alguna manera, desactivalo y eliminalo.
¿La próxima carta será más light? Quién sabe. Puede que te escriba desde un país nuevo.
Un abrazo y hasta pronto,
Aniko
P.D. : Como siempre, en este posdata te comparto algún proyecto, producto, servicio o taller en el que estoy trabajando y que me ayuda a mantener este newsletter gratuito (y mantenerme a mí alimentada, vestida y bajo techo también). Hoy quiero contarte acerca de “Todo es escribible”, mi taller online de escritura creativa. Dura 8 semanas y está pensado para que uses tu vida cotidiana, tus intereses y todo lo que te rodea como material e inspiración para escribir. Tiene un montón de bibliografía, tareas, herramientas y consejos prácticos para que mejores tu escritura. En el pasado di este taller en modalidad presencial (por Zoom), ahora me estoy tomando un descanso de eso así que está disponible para hacerlo por tu cuenta y a tu ritmo. Podés ver de qué se trata e inscribirte acá (usá el cupón PECES para tener un 10% de descuento o, si estás en Argentina, aplicale ese descuento al valor en pesos).
P.D. 2: Como siempre, podés contarme lo que quieras en los comentarios. Leo y agradezco cada uno. Amo este espacio. Gracias. 🤍
💌 Carta #3: Sobre hackeos mentales y el coral de la casa
Gracias. Leerte con la duda de "esto a quién le importa" me ha dado paz, porque eso ha pausado por años mi forma de escribir, tan ensimismada y es de las cosas que más me arrepiento. Ahora sé, que incluso lo menos pensado, puede ser de ayuda para alguien más.
PD. Te envidio totalmente, soy adicta al mar y al agua, pero no he aprendido a nadar por un problema de visión que tengo. Lo poco que he logrado me ha hecho creer que puedo bucear, es uno de mis sueños. (No puedo, porque la presión dañaría mi retina) Pero me gusta imaginarlo.
Me encanta tu escritura Aniko, y amé tu carta (la que iba a ser corta). Siempre me dejás pensando. Cuando sea "grande" quiero escribir como vos. 😀