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💌 Carta #4: Marikondear también ayuda a escribir
Hay que dejar ir lo viejo para que pueda entrar lo nuevo. Cosas que pasaron en octubre.
4 de noviembre de 2022
Países Bajos
¡Hola desde Ámsterdam!
No puedo creer lo rápido que pasa el tiempo. Acá estoy otra vez, sentada escribiéndote esta carta, preguntándome qué te voy a contar. Me gusta escribir estos textos porque me obliga a ser más consciente de lo que pasa durante mi mes. Trato de buscar un hilo conductor, un eje que atraviese mis días, y cada vez que hago este envío me pregunto de qué hablaré en el próximo, me digo que seguro no va a salirme nada o que va a ser una carta muy corta, hasta que me siento y veo qué pasa. Esa es la magia de escribir: solo descifro, ordeno y entiendo las cosas una vez que las pongo por escrito. Hace tiempo leí una frase que decía algo así como “solo sé qué pienso acerca de un tema cuando lo escribo”, y me siento muy identificada con eso. Escribir, para mí, es un acto de descubrimiento.
Este último mes no hubo viaje, no hubo mar ni snorkeling, no hubo hackeo informático ni mental pero, ahora que miro para atrás (y que releo las anotaciones de mi diario), entiendo que en octubre viví los efectos retardados de todo lo que me pasó en septiembre. (Si esta es la primera carta que recibís y querés saber de qué hablo, podés leer las anteriores en el archivo.) El viaje a Maldivas me recordó cuánto me gusta viajar, sobre todo viajar lento, y nos ayudó a tomar la decisión de volver a hacer viajes como ese. No queremos vivir viajando otra vez, pero queremos tener la posibilidad de irnos durante unas semanas a otro lado y seguir trabajando online desde ahí. Así que, para eso, L. se cambió de trabajo y se pasó a uno que es cien por ciento a distancia. El hackeo de mis webs no solo me hizo llorar de frustración y perder un montón de plata (arreglarlo me costó lo mismo que un pasaje a Argentina), sino que me llevó a escribir esto en mi diario: “Claramente hay algo que no está funcionando. Otra vez entré en crisis con mi trabajo, lo siento en el cuerpo, no es esto lo que quiero estar haciendo. No quiero perder tiempo en redes ni haciendo difusión de cosas ni arreglando webs ni haciendo gestiones, no quiero seguir poniendo mi energía ahí. Quiero escribir. Tengo que escribir. Necesito ordenar mis prioridades. Necesito cerrar puertas y disminuir variables”. Y todo eso me llevó a la actividad que más practiqué durante octubre: marikondear.
Como en un efecto dominó post viaje/hackeo, apenas llegué a casa empecé a ordenar, vaciar, vender, donar, soltar y hacer espacio. Doné tres bolsas de ropa, regalé cosas de cocina que no usamos, vendí muebles y aparatos electrónicos (creo que ayuda que acá los espacios son muy chiquitos y no tenemos dónde guardar lo que no se usa). Y, además de hacer espacio en mi casa, hice espacio mental: solté las redes sociales (o, mejor dicho, me desprendí de ese peso de “tengo que estar en redes”), cerré mi tienda internacional de libros (porque ya casi no me quedaba stock y me generaba más estrés que otra cosa) y doné el stock sobrante de Días de viaje y El síndrome de París a una organización colombiana que se dedica a crear bibliotecas populares por América Latina. Así que no solo me saqué muchas cosas y ocupaciones de encima, sino que permití que objetos que estaban estancados en mi casa o en un depósito tuvieran una nueva vida, que circularan en vez de convertirse en basura.
Esto del orden no es algo nuevo para mí. Toda la vida me gustó ordenar, clasificar, hacer tableros mentales de Pinterest, ver qué me sirve y qué no. De chica podía pasarme horas revisando y ordenando los cajones de toda la casa. Creo que es algo que me genera seguridad (aunque no sea capaz de ordenar el caos del universo), es una actividad que me pone en estado de flow y me da placer porque veo resultados inmediatos. También me influye mucho haber viajado durante tantos años con muy pocas pertenencias. Cada vez que vuelvo de un viaje me pasa lo mismo: después de estar viviendo un mes o más con lo poco que me llevé en la mochila o la valija, vuelvo a casa, veo todas las cosas que tengo y me pregunto para qué, por qué las compré, si en realidad no las necesito (excepto mis cosas de papelería, por supuesto, pero eso no cuenta). Desde mi primer viaje largo, en el 2008, cada vez que volví a reencontrarme con las cosas que había dejado atrás, regalé, doné o vendí como dos tercios de todo. Cuando me enteré de la existencia de Marie Kondo y de su filosofía del orden pensé: “Yo también podría ser buena en eso”, porque cada vez que me alojé en la casa de alguien, en el lugar del mundo que sea, le limpié y vacié mentalmente todos los estantes y rincones visibles (hasta se me ocurrió, alguna vez, pedir alojamiento a cambio de ordenar casas) (sigo disponible si a alguien le interesa) (es un chiste) (o no).
El orden, además, me parece necesario para empezar algo nuevo, porque no se trata solamente de acomodar: ordenar también es sacar lo que sobra y hacer espacio para lo que va a venir. La primera vez que fui a Malasia conocí a una muy buena amiga china, y ella me dijo una frase que nunca me olvidé, aunque ya hayan pasado como 12 años: “Hay que dejar ir lo viejo para que pueda entrar lo nuevo” (como curiosidad, cuando me lo dijo fue porque también me habían hackeado mis webs, solo que esa vez sí perdí información). Cada vez que me cuesta soltar algo, me repito ese mantra. Hay que soltar. Al final nada nos pertenece. Y ahora que se terminó octubre y que miro hacia atrás, me doy cuenta de que haber hecho todo ese espacio, sobre todo el mental, me ayudó a escribir más.
Creo que ya te conté en una carta anterior que estoy trabajando en dos proyectos grandes de escritura, ambos muy distintos, uno muy desafiante (literatura infantil). Siento que por primera vez en mucho tiempo estoy escribiendo sin miedo y con disciplina, en el buen sentido de la palabra. Todos los días me siento y escribo varias horas. No me lo cuestiono. No procrastino (bah, mentira, a veces sí, pero es una mini procrastinación y aprendí a procrastinar journaleando, así que es como un win-win). Lo disfruto. Me meto en mundos de ficción y me gusta pasar tiempo ahí. Y creo que haber hecho ese proceso de decluttering (gran palabra que no sé si tiene traducción exacta, pero significa deshacerse de lo que sobra) me devolvió mucha energía. Ya no me siento cansada todo el tiempo, tampoco me siento infeliz con mi trabajo como hasta hace unas semanas, cuando hacía de todo menos lo que de verdad quería, que es escribir. Algo que me ayudó mucho fue, también, tomar la decisión de no poner mi energía en generar ingresos/resultados inmediatos, sino en escribir y apostar por mi trabajo a largo plazo (algo que por fin me puedo permitir en este momento de mi vida porque tengo ahorros, algo de ingresos pasivos y una pareja que me apoya). ¿Será esta una forma de slow writing? Creo que en realidad la escritura en sí es una actividad muy slow. Y escribir, también, se parece mucho a ordenar. Para llegar a lo esencial de lo que queremos contar, primero hay que acumular y después hay que reducir.
Te propongo un ejercicio para este mes. Hacé una mini búsqueda del tesoro por tu casa hasta que encuentres algún objeto que te llame la atención. Puede ser un objeto que usás todos los días, o uno que tenés de decoración, o uno que ni recordabas que existía. Vas a saber cuál es cuando lo encuentres. Ponelo frente a vos, miralo, recordá de dónde salió, quién te lo dio, dónde lo compraste, a quién perteneció antes, qué eventos vivió. Escribí, sin un orden particular, todo lo que se te venga a la cabeza acerca de ese objeto. Es decir, acumulá. Acumulá ideas, reflexiones, emociones, vivencias, preguntas asociadas a ese objeto particular. Después releé toda esa lista y fijate qué historia empieza a aparecer. Seguro que hay alguna. Escribila. Y no tengas miedo de recortar ni de soltar todo lo que no sea esencial a esa historia. Vaciá la habitación imaginaria y dejá solo lo importante. Si querés contame en los comentarios acerca de qué objeto escribís. Y, como paso extra, preguntate si ese objeto sigue siendo esencial en tu vida o si podés regalarlo, donarlo o venderlo para que tenga una segunda (o tercera, o cuarta) vida. Si te desprendés de él, escribile también una despedida.
Por último, te comparto una frase de Nan Shepherd que leí hace poco y que me gustó mucho: “I don't like writing, really. In fact, I very rarely write. No. I never do short stories and articles. I only write when I feel that there's something that simply must be written.” (“No me gusta escribir, la verdad. En realidad, casi nunca escribo. No. Nunca hago cuentos ni artículos. Solo escribo cuando siento que hay algo que simplemente debe ser escrito”). Dicho todo esto, te cuento que el domingo nos vamos a Estambul por unas semanas, a trabajar/vivir un rato desde allá. Yo seguiré en modo retiro de escritura, rodeada de todos los estímulos de esa ciudad que por fin voy a conocer. ¿Será que tenía que soltar a la viajera para volver a viajar? ¿Será Estambul el inicio de algo nuevo? Estoy segura de que voy a tener mucho para contarte.
Te escribo en un mes.
¡Un abrazo y hasta pronto!
Aniko
PD: Hablando de soltar, con Nico Verni, mi coequiper de podcast, decidimos dar por terminado “Mientras no escribo” y empezamos otro podcast que se llama “En serie”. Está en el mismo canal y es casi lo mismo (nosotros dos procrastinando un rato y riéndonos de cosas), excepto que en cada capítulo hablamos de series de televisión que nos gustan y analizamos qué podemos aprender de ellas para nuestra escritura y para la vida. No hace falta que hayas visto las series para escucharnos. Por otro lado, nuestro club de escritura sigue abierto. Y, como celebración, mi curso online de escritura creativa de Domestika ya tiene más de 15.000 alumnos, así que 15.000 veces gracias. Si querés sumarte, podés hacerlo acá.
Y, como siempre, podés contarme cosas en los comentarios o responderme por privado. ¡Gracias por leer!
💌 Carta #4: Marikondear también ayuda a escribir
¡Seguí viajando y escribiendo! Me sentí muy identificado con esta carta. Me hiciste acordar las horas que me pasaba ordenando mi cuarto de chico y ese era mi desconexión con el mundo. Y me pasa que cada vez que vuelvo de un viaje low-cost me replanteo el “para que tanto?” Entonces saco cosas y luego vuelvo a acumular. En fin, un ciclo. Saludos Aniko.
Hola Aniko, me costaba mucho deshacerme de cosas pero hace unos años hice una mudanza, de una casa grande, grande, a un piso normalito. Tuve que deshacerme de muchísimas cosas, entre ellas unos dos mil libros que no prestaba por si no me los devolvían y llegué a la conclusión (de los libros) que si algún día quería volver a leer uno sólo tenía que ir a la biblioteca. En cuanto al resto de cosas, me di cuenta que no las necesitaba, simplemente las guardaba porque tenía espacio. Fue como una liberación, una sensación de paz interior que difilmente podré repetir porque desde entonces he dejado de acumular y de comprar cosas innecesarias.
P.D. No me deshice de ninguna libreta!!!!!!! ni de ninguna pluma!!!!! y sigo comprando sin necesitarlas: hay cosas y cosas. Y salvé unos 200 libros a los que les tenía mucho cariño no solo por su contenido sino por la historia personal que había detrás de ellos.
Que vaya muy bien esta nueva etapa viajera