💌 Carta #5: en esta carta no pasa nada extraordinario
Slow travel por Estambul, la importancia de los objetos cotidianos, ideas para el balance escrito de Año Nuevo y un pequeño recordatorio de que la escritura es mágica. Cosas que pasaron en noviembre.
2 de diciembre de 2022
Turquía
Hola desde Estambul,
Le estoy dando muchas vueltas a esta carta (otra vez). De a ratos siento que tengo que (debería) contarte algo extraordinario cada mes, y entonces aparece esa voz diciéndome “si no tenés nada INCREÍBLE para compartir, mejor no escribas nada”. Pero después pienso que es todo lo contrario: no nos escribimos cartas para contarnos cosas extraordinarias (con excepciones, claro), lo hacemos para compartir algo de nuestra cotidianidad con la persona a la que le estamos escribiendo, que suele estar físicamente lejos. ¿Pero por qué pareciera que, al menos en internet, lo cotidiano es sinónimo de aburrido? ¿Por qué todo tiene que ser veloz, espectacular y viralizable?
Ayer salí a caminar por Estambul y, sin planearlo, terminé en el Museo de la Inocencia. El Museo de la Inocencia es un libro de Orhan Pamuk —uno de los escritores turcos más reconocidos, ganador del Premio Nobel— que cuenta la historia de (des)amor de Kemal y su pariente lejana Füsun. Cuando Füsun se casa con otro hombre, Kemal la visita durante ocho años en su departamento y va recolectando objetos cotidianos que le recuerdan a ella (por ejemplo, 4213 colillas de los cigarrillos que fumó, zapatos que usó, carteras, aros, vasos, cucharas, fotos de la época). Con esos objetos crea el Museo de la Inocencia, un edificio que existe tanto en el libro como en la vida real. Pamuk ideó ambos a la vez durante los años 90, publicó la novela en el 2008 y abrió el museo en el 2012. Los objetos de la novela están ordenados como pequeñas instalaciones y expuestos en vitrinas (te dejo una foto abajo) y no solo cuentan la historia de Kemal y Füsun, sino que también muestran la vida cotidiana de Estambul entre 1950 y principios del 2000. Entre los cientos de objetos en exhibición hay cucharas, saleros, relojes, botones, cepillos de dientes, una estufa, una agujereadora, una máquina de escribir, un vestido, vasos, premios de una tómbola… Nada “extra-ordinario” en el sentido literal de la palabra. Pero puestos así, todos juntos, nos permiten ver de cerca una época y viajar un rato en el tiempo.
En la entrada del museo hay un manifiesto escrito por Pamuk: “Manifiesto modesto para los museos”. Dice, entre otras cosas, que los museos nacionales grandes (como el Louvre en París o el Hermitage en San Petersburgo) presentan la historia de una nación como si fuera más importante que la historia de las personas individuales que la componen: “Y es algo desafortunado, porque las historias de los individuos tienen mucha más capacidad de mostrarnos la profundidad de nuestra humanidad”. Dice también: “No necesitamos más museos que construyan la narrativa histórica de una sociedad, nación, estado o compañía. Sabemos que las historias cotidianas de personas individuales son mucho más ricas, más humanas y más alegres” (más joyful). Propone, en resumen, que los museos cuenten historias a escala más humana para, en vez de representar a un estado, recrear el mundo de los seres humanos. Y termina diciendo: “El futuro de los museos está dentro de nuestros propios hogares”. Los objetos cotidianos tienen muchísimo valor, porque cuentan cómo vivimos, qué pensamos y qué sentimos en determinado momento de nuestra historia.
A partir de esto, se me viene a la cabeza una clase de storytelling de David Sedaris que vi online hace un tiempo. Sedaris es un autor estadounidense conocido por escribir ensayos acerca de su vida cotidiana con mucho detalle y humor (tiene algunos libros mejores que otros), y en la clase dijo algo como: “Escribe acerca de tu vida cotidiana, escribe acerca de cada detalle mundano, para que las generaciones del futuro puedan saber cómo vivíamos y qué pensábamos en esta época”. Al final la escritura es una herramienta para narrar nuestra experiencia humana, con toda su cotidianidad.
Se me viene también a la cabeza una frase del libro If you want to write, de Dorothea Brande, que dice: “Todos somos interesantes y tenemos algo para contar”. Lo que pasa es que —quizá por culpa de los medios de comunicación y las redes, que amplifican las excepciones— muchas veces sentimos que tenemos que encontrar “grandes temas” o tenemos que vivir “historias extraordinarias” para tener permiso para escribir o para que alguien quiera leernos. Y en realidad, pienso, es todo lo contrario: no hay nada más valioso que pararte en tu perspectiva de la realidad, en esa ventanita única que cada uno de nosotros tiene, y contarnos tu historia con todo detalle, esa historia que solo vos podés contar (ya sea como ficción, como no ficción como poema, como canción, como microrrelato...). ¿A todo el mundo le va a interesar? No. Pero no existe nada que le interese a todos. Acordate de la regla de los tercios: a un tercio de la gente le va a gustar, al otro tercio no le va a gustar y al otro tercio ni le va a importar. Pero dentro de ese tercio que sí, puede haber alguien a quien le cambies la vida, o a quien al menos hagas sentir un poco menos solo. Siempre pensé y seguiré pensando que la escritura es un intento por disminuir la soledad (la propia, la ajena) y que escribir es como crear una cápsula del tiempo para que alguien algún día la encuentre y se sienta mejor. La escritura es mágica porque puede unir a dos personas que nunca se vieron, que viven en distintas épocas o que vienen de realidades muy diferentes, y hacerlas sentir más humanas.
Por eso, vuelvo a lo de antes: escribamos cartas de nuestra cotidianidad. Escribamos cómo es estar vivos hoy, aquí y ahora. No todo tiene que ser veloz, no todo tiene que ser efímero, no todo tiene que ser sorprendente, no todo tiene que ser viral. Porque la vida no es así. Por más que la tecnología nos haya metido en una vorágine, en el fondo seguimos siendo seres vivos que transitan procesos lentos. Muchas de las cosas importantes ocurren de manera muy lenta: construir un vínculo, atravesar un duelo, mejorar en una disciplina (escribir, por ejemplo, es algo tan slow), leer un libro, conocer una ciudad, mandarse cartas por correo, conversar en profundidad, conocernos a nosotros mismos, gestar, crecer, envejecer. Vivir es un proceso lento. Pasamos gran parte del tiempo repitiendo acciones, inmersos en rutinas y esperando (acordate de la historia del bambú que te compartí en la carta #1).
Ahora mismo, por ejemplo, L y yo estamos en Estambul hace unas semanas y podría decir que no conocemos Estambul. No vinimos por motivos turísticos, al menos no solo por eso, así que hay días (la mayoría, diría) en los que no turisteo. Y aún así, después de tantos años viajando, después de tantos años hablando de slow travel, sigo sintiendo esa culpa de “no estoy aprovechando la estadía acá como debería”, porque debería, dos puntos, entrar a la Hagia Sofia, pasear por el Gran Bazaar, navegar por el Bósforo, absorber (¿?) la ciudad por los ojos. Hola FOMO. Pero después voy a una plaza, me siento a mirar los árboles con dos gatos acostados sobre mi falda y se me pasa. También me recuerdo a mí misma que vinimos a Estambul por otra cosa (que te contaré a futuro, ahora mismo no porque primero necesito atravesarlo) y que me tenga paciencia. No soy una máquina de conocer ciudades. Nadie es una máquina de nada.
En otras novedades… Llegó diciembre, el mes más acelerado de todos. Se acerca fin de año y es como si le pusiéramos fast-forward a la realidad. Balances, cenas, reuniones, cierres, encuentros, viajes. Hay que hacer todo “antes de que se termine el año”, como si del otro lado hubiese un precipicio y todo se fundiera a negro. Para mí también va a ser un diciembre movido. Apenas volvemos a Ámsterdam, en pocos días, viene una amiga a visitarnos y después de eso vienen mis papás por tres semanas. Nos vamos a ir los cuatro (mis papás, L y yo) a Francia para pasar Navidad con la familia de L, y eso quiere decir que mis papás y sus papás van a conocerse en persona (L y yo estamos hace más de 8 años juntos y esta va a ser la primera vez que se ven). Mis papás no hablan francés y los papás de L no hablan inglés ni castellano (solo un poco de italiano), así que va a ser muy interesante (y divertido). Después de eso volveremos a Ámsterdam para pasar Año Nuevo y recibiremos más visitas hasta los primeros días de enero.
Cada fin de año me gusta hacer un balance. Este año, en realidad, empecé a hacerlo cada mes. Qué me ayuda a lograrlo: durante todo el 2022 completé lo que llamo una “agenda invertida”. Es una agenda en papel (con tres días por página) en la que no escribo lo que tengo que hacer cada día, sino lo que hice, lo que vi o lo que sentí. No suelen ser más de 5 o 6 frases por día. Eso, sumado a las fotos que saco con mi teléfono me ayuda a acordarme de lo que me pasó. Entonces el último día de cada mes uso una doble página de mi cuaderno de turno para hacer un balance escrito. Tengo dos calificaciones: carita feliz y carita triste (a veces hay una tercera que es carita neutra). Hago una lista de 15-20 cosas que pasaron durante mi mes —algunas muy cotidianas, y esas suelen ser las caritas felices, y otras más fuera de lo común— y me fijo cuántas caritas hay de cada una. Si ganan las caritas felices —en general siempre es así—, fue un buen mes, aunque me hayan pasado cosas malas. ¿Vos registrás tus días/meses de alguna manera? ¿Cómo?
Antes de despedirme, te dejo un ejercicio y una recomendación. El ejercicio tal vez no sea muy original, pero tomalo como un permiso para hacerte el tiempo. Te propongo hacer un balance de fin de año. Vos elegís de qué manera:
- podés usar el “Yearly Compass”, un workbook descargable, para imprimir y completar, con preguntas y reflexiones acerca del año que pasó y objetivos para el próximo (googlealo: es el primer resultado y tiene versión en español)
- podés hacer la lista con caritas felices y tristes
- podés escribirle una carta a alguien y contarle qué te pasó este año
- podés escribirte una carta a vos misma, ponerla en un sobre con el año escrito adelante y guardarla para releerla en el futuro (creo que voy a hacer esa)
- podés hacer un scrapbook con fotos y textos cortos de tu año
Mi único consejo es que no te enfoques tanto en lo extraordinario, en lo que pasó una sola vez, sino que te enfoques en lo cotidiano, en esas pequeñas acciones o rutinas repetidas que le dieron forma y sentido a tu año. “How we spend our days is, of course, how we spend our lives”, dijo Anne Dillard.
La recomendación de este mes es una serie animada que descubrí hace unos días de casualidad, mientras buscaba otra cosa (serendipia). Se llama Infinity Train. Se supone que es para chicos pero para mí es para cualquier edad. Es acerca de un tren infinito con un mundo escondido en cada vagón, casi como un multiverso hecho tren (hay un vagón que es un reino de corgis, otro donde todo está hecho de espejos, otro donde las construcciones están a medio terminar, y así). En la primera temporada, Tulip, una nena pelirroja que ama la programación, queda encerrada en el tren y tiene que descubrir cómo salir. Siento que es una serie que me hubiese gustado mucho cuando era más chica y, quizá por eso, me gusta mucho también ahora. Además se me ocurre un ejercicio de escritura, pero quizá ya sea demasiado. Igual lo dejo por acá: imaginá que entrás a uno de los vagones-mundo de ese tren. ¿Qué hay adentro? ¿Cuáles son las reglas de esa realidad? ¿Qué pasa cuando entrás? Todo vale.
Y por último, ahora que lo pienso, sí que estuve conociendo Estambul. No de la manera en que las guías turísticas sugieren hacerlo, sino a mi manera. Interactué con un montón de gatos, caminé a orillas del río, traté de hacerme entender en una panadería, me emocioné al entrar a una mezquita, me desperté varias veces por el llamado al rezo, logré descifrar cómo comprar una tarjeta de transporte en una máquina turca, me invitaron a probar el turkish tea, encontramos el mejor tavuk şiş del barrio, L fue a un barbero y le hicieron un look turco, encontré el pan más rico, un gato se subió con nosotros a un funicular, nos hicimos habitués en una pizzería, la chica del restaurante indonesio ya me conoce… Y son estos momentos cotidianos los que me importan y los que le dan sentido a mi viaje. Si nunca viajé en busca de lo extraordinario, tampoco creo que empiece ahora.
¡Un abrazo! Que te sea leve diciembre, que disfrutes y buen inicio de año. Te escribo en unas semanas,
Aniko
PD: como siempre, en este posdata te comparto algo en lo que estoy trabajando. Este mes estuve bastante enfocada en varios proyectos que me gustan mucho, todos de escritura, pero ninguno está listo como para contarte o compartirte algo más. El backstage de la escritura no es muy glamoroso, digamos, porque son páginas de borradores con textos desordenados, a medio hacer y por corregir. Lo que sí te quiero compartir es un desafío de escritura epistolar que creé hace unos años: se llama 7 días, 7 cartas, 7 destinatarios y la propuesta es que escribas una carta al día durante 7 días. Es gratis y podés sumarte acá. Quizá sea un lindo ejercicio para cerrar el año. Como siempre, podés responderme a este mail o dejar un comentario abajo. Quizá tarde en responder, pero siempre leo todo lo que me escriben.
Ani, tu carta de me descubre en un cafe en villa del parque. Hace mucho mucho que no me tomaba el rato de tomar un cafe y saborearlo, asi que recibir la notificacion de tu carta en el celular fue una coincidencia magica de esta era cibernetica. Que decirte mas que gracias por conectarnos con lo cotidiano, lo pequeño, tan poderoso. Gracias por poner en palabras muchos de mis sentimientos, y por compartirnos el amor por la escritura. Que diciembre sea hermoso, un beso grande
¡Hola! Iba haciendo muchos comentarios en mi cabeza mientras leía: trataré de ser breve 😅.
Estuve varias veces en Estambul y me hubiera encantado saber que ese museo existía (agendado para la próxima, gracias!).
Por otra parte, me recordó museos poco conocidos pero más interesantes que los "más famosos". No sé si ya los conocerás, pero los dejo por las dudas. Uno es el Museo de las relaciones rotas en Zagreb (cada objeto cuenta historia) y, el otro, Piso rojo, en Sofía, Bulgaria (cuenta desde la cotidianeidad de una familia cómo se vivía en la época comunista, se pueden tocar todos los objetos, abrir armarios, etc.).
Gracias por la carta y las sugerencias de ejercicios :)
Saludos